"Yo sigo a la Barca de Pedro. Yo sigo al Papa. Porque sigo a Cristo"



Compartimos el artículo de nuestro académico invitado. El Dr. José Antonio Benito Rodríguez es natural de Salamanca, España, y reside en el Perú desde 1995.

Cuenta con un Diplomado en Educación por la Universidad de Salamanca, Doctor en Historia de América por la Universidad de Valladolid. Asimismo, es miembro de la Asociación Española de Americanistas, de la sección de Historia del Instituto Riva-Agüero y de la Academia Peruana de Historia de la Iglesia. Actualmente, es Coordinados del área de Historia de la Universidad Católica Sedes Sapientiae.

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"Yo sigo a la Barca de Pedro. Yo sigo al Papa.
Porque sigo a Cristo"

El escudo o logotipo de nuestra casa de estudios representa una barca que navega sobre aguas turbulentas mirando a una estrella en forma de cruz. Su simbolismo es bien claro: La barca representa la Iglesia que sobre el mar, el mundo, es sacudida por las olas tempestuosas, es decir por las persecuciones y tentaciones. La "luz que brilla en las tinieblas" (San Juan 1,1-18) en una universidad significa el predominio de la sabiduría y del conocimiento sobre la ignorancia; pero siempre el fundamento es Cristo, Camino, Verdad y Vida, fundador de la Iglesia. Así lo afirma el evangelio:

“Jesús le dijo: ‘Bienaventurado eres Simón,.. Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mateo 16, 13-20)

La palabra "católica" significa "universal" en el sentido de "según la totalidad" o "según la integridad". Es católica porque Cristo está presente en ella y porque ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano.




La Iglesia es una casa espiritual hecha de piedras vivas, cuya clave es Jesucristo, rostro humano de Dios, rostro divino del hombre (1 Pedro 2:5, 6, Aparecida). Esta Iglesia, fundada por Cristo, se inició en Jerusalén el primer día de Pentecostés, a los 50 días de la resurrección de Cristo (Hechos 2) en el año 33. Después de esto, en toda ocasión en que las gentes escuchaban sobre Cristo, creían en El, se arrepentían de sus pecados, confesaban que el Cristo era el Hijo de Dios, y eran bautizados para la remisión de sus pecados, el Señor le añadía a su Iglesia. "Y el Señor añadía a la Iglesia cada día a los que iban siendo salvos" (Hechos 2:47).  Cristo dio las llaves a Pedro, su vicario, el Papa, con la precisa tarea de ser la guía en la profesión de fe en “Cristo, el Hijo del Dios vivo». El papa actual, Benedicto XVI, doctor honoris causa de la PUCP (21 julio 1986) aclara que tal función “no es una amenaza a la libertad de conciencia o de pensamiento… El poder conferido por Cristo a Pedro y a sus sucesores es, en sentido absoluto, un mandato a servir. La potestad de enseñar, en la Iglesia, comporta un compromiso al servicio de la obediencia a la fe. El Papa no es un soberano absoluto, cuyo pensamiento y voluntad son ley. Por el contrario, el ministerio del Papa es garantía de la obediencia a Cristo y a su Palabra (7 de Mayo, 2005). Después de 2000 años de historia son 265 los sucesores que garantizan esta cadena ininterrumpida de enseñar, gobernar, santificar a la Iglesia, “la Barca de Pedro”.

Uno de los primeros escritores eclesiásticos, Hermas, nos proporciona un bello texto sobre la Iglesia en el siglo II: “En la primera visión la vi muy anciana y sentada en un sillón... En la tercera visión la viste más  joven, hermosa y alegre, de un aspecto encantador” (El Pastor, 2). Ésta es la obra de Cristo,  la vida de una joven anciana o anciana que se rejuvenece.

A las puertas del 2000, su 264 sucesor, el Beato Juan Pablo II, escribió una carta -Tertio millennio adveniente (TMA)-  en la que nos resume la historia del Reino de Dios, encarnado en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, Pueblo de Dios:

"La Iglesia perdura desde hace 2000 años. Como el evangélico grano de mostaza, ella crece hasta llegar a ser un gran árbol, capaz de cubrir con sus ramas la humanidad entera…Por esto, desde los tiempos apostólicos, continúa sin interrupción la misión de la Iglesia dentro de la universal familia humana. La primera evangelización se ocupó especialmente de la región del Mar Mediterráneo. A lo largo del primer milenio los misioneros partiendo de Roma y Constantinopla, llevaron el cristianismo al interior del continente europeo. Al mismo tiempo se dirigieron hacia el corazón de Asia, hasta la India y China. El final del siglo XV, junto con el descubrimiento de América, marcó el comienzo de la evangelización en este gran continente, en el sur y en el norte. Contemporáneamente, mientras las costas sudsaharianas de África acogían la luz de Cristo, san Francisco Javier, patrón de las misiones, llegó hasta el Japón. A caballo de los siglos XVIII y XIX, un laico, Andrés Kim llevó el cristianismo a Corea; en aquella época el anuncio evangélico alcanzó la Península Indochina, como también Australia y las islas del Pacífico. El siglo XIX registró una gran actividad misionera entre los pueblos de África. Todas estas obras han dado frutos que perduran hasta hoy. Todas estas obras han dado frutos que perduran hasta hoy. El Concilio Vaticano II da cuenta de ello en el Decreto Ad Gentes sobre la actividad misionera” (n. 57)

El fundador de la PUCP, P. Jorge Dintilhac, al contar en 1946 "Cómo nació y se desarrolló la Universidad Católica del Perú” constata lo que le movió a fundarla: “para el año 1916 parecía que la fe católica estuviera a punto de desaparecer de las altas esferas sociales e intelectuales de Lima y del Perú". Ello se daba a pesar de los numerosos colegios religiosos, cuyos alumnos "al poco tiempo de haber abandonado las aulas escolares se declaraban ateos". El P. Jorge no necesitaba más diagnóstico que el frecuente trato con los jóvenes y la profunda inserción mantenida con la realidad. La urgente necesidad sólo podía ser colmada con "un remedio puesto en práctica en muchos países": fundar una Universidad Católica "que reuniese un grupo de jóvenes en torno de sus cátedras y pudiera inculcarles la Verdad acerca de la Historia y de la Filosofía, de la Ciencia y del Arte". Tales jóvenes, "debidamente instruidos y formados en un ambiente de fe y de religión, no sólo podrían conservar sus creencias sino que también podrían convertirse en defensores, en apóstoles de la Religión en la sociedad, en su profesión, en todo el país".

En nuestro campus universitario, en el Auditorio Juan Pablo II, cerca del CAPU, figuran unas letras en bronce tomadas del Mensaje a los jóvenes del Concilio Vaticano II:

“Jóvenes, la Iglesia, durante cuatro años, ha trabajado para rejuvenecer su rostro, para responder mejor a los designios de su fundador, el gran viviente, Cristo, eternamente joven. Es para vosotros los jóvenes, sobre todo para vosotros, porque la Iglesia acaba de alumbrar en su Concilio una luz, luz que alumbrará el porvenir…Está preocupada, sobre todo, porque esa sociedad deje expandirse su tesoro antiguo y siempre nuevo: la fe…Sed generosos, puros, respetuosos, sinceros. Y edificad con entusiasmo un mundo mejor que el de vuestros mayores…La Iglesia os mira con confianza y amor. Rica en un largo pasado, siempre vivo en ella, y marchando hacia la perfección humana en el tiempo y hacia los objetivos últimos de la historia y de la vida, es la verdadera juventud del mundo. Posee lo que hace la fuerza y el encanto de la juventud: la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas. Miradla y veréis en ella el rostro de Cristo, el héroe verdadero, humilde y sabio, el Profeta de la verdad y del amor, el compañero y amigo de los jóvenes” (7 de diciembre de 1965).

En este momento, las aguas de la PUCP están en rugiente oleaje. La Iglesia, Madre y Maestra, la quiere como nació en 1917 y como ha venido siendo a lo largo de casi una centuria. Sin embargo, la ha invitado a conformar su ser y obrar con la legislación que le da cauce. Después de muchos dimes y diretes, encuentros y desencuentros ha emitido un definitivo decreto. "Roma locuta, causa finita". Si la PUCP quiere ser fiel a sus raíces, a su ADN, debe obedecer a la autoridad que la guía por el rumbo correcto. El deportista olímpico, el marinero, el enfermo obedecen al entrenador, al capitán de la nave o al médico de cabecera sin sentirse esclavizado ni disminuido. Lo mismo sucede con nuestros profesores, nuestros padres, nuestros pastores. La Iglesia –como escribió Juan XXIII es su memorable encíclica- es Madre y Maestra, gobierna y enseña. Pablo VI solía decir que era la barca de Pedro, una sólida roca, pero una roca que navega, marcando la verdad y certeza de su dogma, la fuerza viva de su moral, el dinamismo creativo de su pastoral, y el gozo de su liturgia.

La barca de Pedro está a punto –en octubre del 2012, 50 años del Vaticano II- de surcar el Año de la Fe. Curiosa o providencialmente su logo es muy parecido al de nuestra alma mater. Una barca, imagen de la Iglesia, cuyo mástil es una cruz con las velas desplegadas y el trigrama de Cristo (IHS). El sol, en el fondo, recuerda la Eucaristía.

Los dos logos nos ofrecen una barca, la Iglesia, en medio de problemas y tormentas. Los dos logos nos ofrecen soluciones: El primero la LUZ, el segundo un MÁSTIL. Los dos: la Cruz, Cristo Eucaristía. Un doble gozo por el legado recibido: 2000 años de historia de Iglesia haciendo el bien a la humanidad, 95 años siendo PUCP. ¡Seamos siempre de la Iglesia y de la PUCP! , siguiendo la barca de Pedro, navegando mar adentro, para seguir a Cristo: ¡Duc in altum!

José Antonio Benito Rodríguez

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