El elogio a los grandes sinvergüenzas

Casi al final de la película Scent of a Woman, el teniente coronel Frank Slade remata su discurso hablando de la integridad y el coraje en la vida de un hombre e indica que él siempre ha llegado a tener muchas encrucijadas en su vida y pese a que siempre - sin excepción - ha sabido cuál es el camino correcto, nunca lo ha seguido. “¿Saben por qué? Porque era extremadamente difícil. [En cambio,] Aquí tenemos a Charlie. Llegó a la encrucijada. Ha escogido un camino. Es el camino correcto. Es un camino hecho por principios que forjan un carácter…”.

Dicha escena de inicios de los 90 refleja, en parte, los debates de toda persona en la vida: asumir el papel de Frank, actuando alejado de las propias convicciones, o el de Charlie, comportarse acorde a ellas a pesar de las consecuencias. Igual de interesante que la película, resulta un artículo publicado, por primera vez, a inicios de los 70 y que, bajo un título sugerente como el “Elogio de los grandes sinvergüenzas”, alaba la falta de autenticidad de dos conocidos personajes: Lope de Vega y Felipe II.


En el breve artículo de Jacinto Choza [1], se comenta que aquellos fueron grandes sinvergüenzas (aunque inauténticos) pues, a pesar de que reconocieron actuar alejados de sus convicciones, nunca pretendieron justificar sus acciones. Los termina elogiando no por el hecho de que fueran capaces de acallar sus principios y conciencias para satisfacer sus más bajas pasiones, sino porque no llegaron a ser sinvergüenzas auténticos que convirtieran en “honesto” lo que deseaban, adecuando sus principios a su vida.

Así, con una sinvergüencería inauténtica donde se deja inamovible las íntimas convicciones, es posible volver a retomarlas en cualquier momento, luego de reconocer su propia condición humana; a diferencia de alguien que, al límite de la coherencia, lleva sus principios a donde están sus deseos o pasiones, nunca podría retomarlos al haberlos relativizado y hasta suprimido, privándose de la posibilidad del heroísmo y de reconocer haberse equivocado.

Personajes como Enrique VIII actuaron de acuerdo a sus principios más básicos y, en aras de la autenticidad, convirtieron en “honesto” lo que deseaban, siendo necesario hacer pasar por entre las dos sábanas de su lecho las conciencias de todos sus compatriotas”. Sin embargo, la falta de integridad o autenticidad tienen un valor: tener unos principios inamovibles que posibilitan el reconocimiento de la propia fragilidad y la capacidad de arrepentimiento.

Como advierte Choza, a veces es posible que “descuidando el fervor por el que [se] mantenía la vista alzada al cielo, [se] la dejó resbalar hacia la tierra”, con comportamientos tan antiguos como la condición humana, capaces de los mismos errores que cualquier otro hombre y susceptible de ser acusado de llevar un comportamiento farisaico. Pero la ejemplaridad está en mantener intacto los principios, adecuando el comportamiento a las propias convicciones y no las convicciones al propio comportamiento, pues “quien no actúa como se piensa, termina pensando como actúa”.




[1] Choza, Jacinto (2 de diciembre de 2018). Elogio de los grandes sinvergüenzas [artículo en web]. Recuperado de https://www.elespanol.com/opinion/carta-del-director/20181202/elogio-grandes-sinverguenzas/357664232_20.html

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